La soledad: el nuevo factor de riesgo comparable al tabaquismo y la obesidad

La soledad: el nuevo factor de riesgo comparable al tabaquismo y la obesidad

Foto: Freepik

La soledad, considerada durante años un problema emocional o social, ha comenzado a ser reconocida también como un importante factor de riesgo para la salud física. Diversos estudios internacionales han demostrado que el aislamiento social y la falta de vínculos significativos pueden aumentar la probabilidad de desarrollar enfermedades crónicas como hipertensión, diabetes tipo 2, depresión e incluso demencia.

Un problema de salud pública en aumento

La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró en 2023 la “epidemia de soledad” como una preocupación global, tras evidenciar que millones de personas experimentan aislamiento social prolongado. En países industrializados, se estima que entre el 20 y el 30% de los adultos viven en condiciones de soledad significativa.

En México, datos de la Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado (ENBIARE) del INEGI señalan que alrededor del 25% de los adultos mayores manifiestan sentirse solos con frecuencia. Los especialistas advierten que este fenómeno no solo afecta el estado emocional, sino que también altera procesos biológicos fundamentales.

Cómo impacta la soledad en el cuerpo

La soledad sostenida activa los mismos mecanismos de alerta que el cuerpo utiliza frente al estrés crónico. Esto provoca un aumento constante en los niveles de cortisol —la llamada “hormona del estrés”—, lo que con el tiempo puede generar inflamación sistémica, resistencia a la insulina y disfunción inmunológica.

El doctor Julianne Holt-Lunstad, investigadora de la Universidad Brigham Young, ha documentado que la soledad puede aumentar el riesgo de muerte prematura en un 30%, una cifra comparable al impacto del tabaquismo o la obesidad. Además, incrementa la probabilidad de padecer enfermedades cardiovasculares y deterioro cognitivo.

Consecuencias psicológicas y sociales

Más allá de los efectos físicos, la soledad también se asocia con un mayor riesgo de depresión, ansiedad y deterioro cognitivo en adultos mayores. La falta de interacción social disminuye la estimulación mental y emocional, lo que puede acelerar procesos de deterioro como el Alzheimer o la demencia vascular.

Asimismo, el aislamiento suele generar hábitos poco saludables: menor actividad física, peor alimentación, interrupciones del sueño y abandono de tratamientos médicos. Todo ello contribuye a un círculo vicioso difícil de romper.

Estrategias para combatir la soledad

Organismos como la OMS y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) recomiendan fortalecer las redes comunitarias y familiares, fomentar programas de voluntariado y promover la convivencia intergeneracional.

A nivel individual, se aconseja mantener contacto regular con familiares y amigos, participar en actividades culturales o deportivas y buscar apoyo psicológico cuando sea necesario. En adultos mayores, la participación en grupos comunitarios o centros de día ha demostrado mejorar significativamente la salud física y emocional.

Un reto para las políticas públicas

Expertos en salud pública coinciden en que abordar la soledad requiere políticas integrales que combinen atención médica, apoyo psicológico y programas sociales. La evidencia sugiere que fortalecer los lazos sociales puede reducir la incidencia de enfermedades crónicas y mejorar la calidad de vida de la población.

Reconocer la soledad como un riesgo real para la salud es el primer paso para enfrentarlo. No se trata solo de acompañar, sino de reconstruir el tejido social como una forma de prevención médica.

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